Alrededor del 1.400 a. de C. los Hititas en la antigua Mesopotamia descubrieron que el hierro podía ser producido en hornos a partir de mineral de hierro, aunque se sabe, que ya antes se forjó, en este caso siendo el origen meteorítico. 

Aunque no se sabe a ciencia exacta como llegaron a este descubrimiento, se cree que fue en los hornos de cobre, realizados de adobe, en los cuales en las zonas de máximo calor y coincidiendo con áreas de adobe con alto contenido en hierro, este se redujo (reacción química) en la superficie, descubriendo después los hititas, que este material era más duro y resistente que el cobre y el bronce (aleación de cobre con estaño o zinc) que eran los metales utilizados hasta el momento.

A lo largo de los siglos, se fue diseminando este conocimiento a todo el mundo conocido hasta Europa, India y China, llegándose en estas zonas a licuar el hierro muchísimo antes que en nuestro continente.
En Europa el uso intensivo del hierro empezó con la cultura de Hallstatt, se calcula que a partir del año 800 a. de C., pasando después a denominarse también estos grupos indoeuropeos como Celtas, que lo extendieron por el resto de Europa.

La producción de hierro mediante el proceso químico de reducción se mantuvo sin cambios hasta bien entrada la edad media, siendo únicamente explotado de forma “industrial” por los romanos, ya que por ejemplo, una legión de 5.000 o 6.000 soldados, necesitaban de 20 a 30 toneladas de hierro para ser equipados.

Según los muchísimos yacimientos encontrados de restos de hornos en toda Europa, estos medían alrededor de 1 metro de alto y con un diámetro interior inferior de aproximadamente 30 cm y superior de unos 15 cm y estaban construidos de adobe, con un grosor suficiente de muro, para contener lo máximo posible el calor interior. Inicialmente se construían en lo alto de laderas para aprovechar siempre los vientos, para ayudar al tiro natural del horno /chimenea) y por supuesto cerca de yacimientos de mineral.

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