Soy alcohólico. Bueno, lo era. Pero es que sigo siéndolo. Es decir, lo que poca gente entiende es que las personas como yo, que hemos tenido una adicción así (ya sea con alcohol o con drogas, da igual), en realidad nunca nos desenganchamos del todo. Podemos aprender a controlarlo y huir de probar un solo gramo o, en mi caso, una sola gota durante el resto de nuestra vida, por supuesto; y así, tener una vida digna y equilibrada. Sin embargo, las ganas de recaer están ahí, y en momentos de debilidad sentimental, como una depresión posterior a un suceso terrible, son muy fuertes.

Yo era una criatura indigna, egoísta y patética, y mi único amor eran las botellas de Jack Daniels; pero entonces, algo ocurrió: tuve un accidente de tráfico borracho y un amigo mío, que iba en el asiento de copiloto, murió. No se pueden hacer a la idea de lo duro que es tener que cargar con algo así el resto de tu vida. Siempre pienso que por qué no lo evité a tiempo, pero la adicción era tal que no podía, así que, por lo menos, pienso que no hubiera estado mal que me tropezase con un control de alcoholemia. Ojalá me hubiesen hecho entonces la prueba con el alcoholímetro. Ojalá me hubiesen puesto una multa y eso no hubiese ocurrido. Ojalá. Ojalá. Ojalá.

Ahora ya me he rehabilitado y no soy un peligro para nadie, pero se me ha quedado cierto miedo hacia los posibles accidentes de tráfico. Tanto es así que me acabé comprando un avisador de radares para controlarme si un radar de tráfico anda cerca y yo voy a demasiada velocidad sin querer. Creo que también me compraré, en el futuro, un detector de radares, que es más o menos lo mismo. Por si se me estropea el otro. No quiero correr ningún riesgo.