De esa manera el hierro crea las condiciones para una arquitectura funcional:
Estas construcciones anticipaban el funcionalismo, pues como en este las estructuras formadas por sus vigas y pilares o columnas, concentraba las presiones, dejando libres de toda carga a los muros. El siglo XX –cuando el funcionalismo nazca y se desarrolle como tal movimiento- aportará otros materiales, más resistentes, pero sus funciones serán las mismas que las que el hierro había desarrollado en estos edificios decimonónicos.
El acero conseguido mediante la fusión del hierro con el carbón, que es un material elástico pero resistente, permitirá el nacimiento de los rascacielos; el hormigón armado permitirá unir los nuevos materiales de la revolución tecnológica a la fisonomía más tradicional del edificio; posteriormente el hormigón pretensado le hará inmune a cualquier posible agrietamiento. Su uso en la arquitectura no se sistematiza hasta el XX.
Como afirma Javier Hernando, la utilización del hierro en la arquitectura fue directamente proporcional al grado de desarrollo económico y tecnológico, por lo que su uso en la España del siglo XIX fue escaso y en general las pocas realizaciones dependían de la tecnología extranjera. Circunstancia ésta, favorecida también por la política librecambista del gobierno isabelino, que favoreció la importación de materiales ferroviarios frente al intento de crear una industria nacional. España no tuvo hasta los años ochenta de una infraestructura siderúrgica capaz de producir los elementos necesarios para las nuevas construcciones.
En cualquier caso la funcionalidad del hierro hacía inevitable su introducción en la arquitectura, pero al mismo tiempo su uso ponía en cuestión las propias bases de la arquitectura tradicional, frente ese nuevo concepto de “construcción” que suponía el uso del hierro en manos del ingeniero. Los arquitectos optaron entonces por diferenciar sus producciones de las de los ingenieros, como única vía de protección. Una cosa, dirán, es la arquitectura legitimada por la Historia como obre de arte, y otra la construcción escueta y abstracta, bajo los dominios de la técnica que usan los ingenieros.
Los arquitectos se negaron a asumir las consecuencias que suponía el nuevo material y mantendrán al objeto arquitectónico inscrito en su concepción tradicional, centrado en la problemática del estilo por lo que el hierro solo funcionará como un elemento de apoyo, integrado y oculto bajo la máscara estilística correspondiente. Cuando no aparezca disimulado estará transformado en unas formas tradicionales: columna, capital, modillón… suplantando a la piedra, pero intentando mantener la figuración que era la principal meta del arquitecto. Finalmente su exposición directa, o sea, visto, quedará reducida a espacios concretos, generalmente interiores.