Basta dar una vuelta por el diccionario de la R.A.E. para preguntarse cuál es la expresión gominola. “Manjar frágil, normalmente dulce, que sirve más para el gusto que para el sustento”; “Cosa más agradable que útil” o “Cosa de poca relevancia, poco pulimentada y delicada” son algunas definiciones que da la Real Academia Española. Todas y cada una de las acepciones de gominola, chuchería y sus sinónimos poseen una carga despectiva que evoca futileza, fugacidad y capricho.
Dada esta asociación, y para probar que las gominolas y caramelos pueden valer para algo, han surgido todo tipo de productos: desde los más previsibles, que poseen vitaminas y hierro, hasta los más inusuales, que se anuncian en la tienda de chuches como pequeños dulces capaces de levantar la libido, batallar contra la vejez prematura y ayudar a adelgazar. Las hay menos exóticas, y esas son las que nos interesan. La gominola, se ha visto obligada a pelear contra una campaña de desprestigio que la asocia al deseo fugaz y al capricho, defenestrada de su auténtico origen. Las primeras chucherías y los primeros caramelos no entendían de antojos: habría sido redundante llamarlas gominolas funcionales por el hecho de que siempre y en toda circunstancia servían para algo. En su origen está era la utilidad: brotaron como una fuente de energía comprimida.
El origen preciso es impreciso, pero los médicos sumerios ya empleaban el caramelo para introducir antídotos con mal gusto en una capa dulce. Ya existían pastillas dulces que aliviaban la acidez, por servirnos de un ejemplo. El origen del caramelo asimismo, se ha atribuido a los egipcios y se relaciona con el descubrimiento de la miel. Su aparición y su funcionalidad, estaban ligadas a la comodidad: los largos viajes favorecieron la creación de una fuente de energía pequeña y ligera, con la que los viajantes pudiesen hallar sustento a lo largo de largas travesías. Esas pequeñas dosis se realizaban a base de miel, menta y frutos como el dátil y el higo. Así mismo, los había que aliviaban la tos.
El producto llamado gomas, golosinas, es muy polivalente tanto en su preparación como en su textura y, sobre todo, para la adición de ingredientes funcionales, en tanto que este dulce se trabaja a temperaturas menores que un caramelo, lo que nos ayuda a añadir substancias o bien ingredientes funcionales sensibles como pueden ser las vitaminas.
La primordial ventaja de esta clase de golosina respecto a la golosina que solo dulcifica el paladar, es la posibilidad de mantener tanto la textura como la forma, tan atrayente para los pequeños, que las consiguen en la tienda de chuches.
Los suecos son los mayores usuarios de golosinas a nivel del mundo. Para ellos, comer gominolas es una cuestión cultural y un dulce vínculo social y familiar. Los suecos consumen cerca de diecisiete kilogramos de gominolas por año. El sueco, cuando pasa por una tienda de gominolas y ve que puede seleccionar sin llevarse una bolsa predeterminada, se vuelve orate y llena su bolsa de esos pequeños mordiscos de dicha que le alegran ese obscuro, triste y largo día del norte.
Las golosinas pueden ser pequeñas dosis de dicha. De ahí que, en dos mil siete, se comenzaron a vender chucherías en botes que emulan envases medicinales y que poseen mensajes positivos.
No solo existen productos con el aspecto de botes de medicinas y pastilleros, sino también se emplea una jerga sanitaria que ha derivado aun en cantidades de medida muy particulares: «Leve», «grave» y «crónico» son algunos tamaños de botes. Entre chucherías tradicionales, asimismo se venden gominolas sin gluten y veganas, y pronto se pondrán en venta comprimidos con vitaminas a base de ingredientes naturales.