Es probable que el obsequiante, necesite demostrar su conocimiento sobre los gustos del destinatario. El tiempo y esfuerzo en decidir el presente es parte de lo costoso de esta señal, que en algunas personas se convierte en placer. La reciprocidad es un instinto del humano, que fortalece las relaciones en la sociedad.

Por su parte, el receptor puede encontrarse halagado con la muestra de afecto, generándose un valor emotivo que aumenta contra más cercano o apreciado es el donante. Más que el costo del objeto, «la intención es lo que cuenta», de ahí que se eliminen las etiquetas con el precio de los regalos. Además, siempre pensamos en los gustos del receptor, intentamos encontrar esos regalos originales que no se dan normalmente, así pues, tendremos que localizarlos en sitios como http://regalosoriginales.regalazoo.com donde por fin, encontraremos lo que tanto dolor de cabeza nos daba, ese regalo con el que nuestro receptor quedará muy satisfecho.

Otros aspectos admirados por el destinatario pueden ser la sorpresa, el lujo de recibir algo que no se atreve a comprar, el acceso a un producto cuya disponibilidad era desconocida para el, etcétera. Por lo tanto, el obsequio puede crear valor aun sin que el receptor no lo haya escogido, le guste poco e incluso no lo utilice.

Por cierto, si la muestra de afecto es lo más importante para el receptor, los mejores presentes no son necesariamente los más caros. Un detalle sencillo bien atinado podría ser muy propio. Por otro lado, cuando no se conocen las tendencias, es aconsejable asegurar el valor emotivo.

En un experimento con estudiantes, a los que se les ofrecía dinero por sus regalos, pidiéndoles dividir su costo entre el valor material y el sentimental, los profesores John List y Jason Shrogen hallaron que el segundo componente tenía aproximadamente la mitad del total, lo que compensaba la pérdida de Waldfogel, aportando a un beneficio sobre el costo.