Mi padre nos dejó el año pasado. Ya había vivido mucho y además bien, pero sigue siendo duro. El caso es que, de vez en cuando, todavía recuerdo mi infancia y su fuerte y protectora figura llevándome en brazos cada vez que íbamos a alguna feria o al circo. Fueron muy buenos tiempos, la verdad, no me puedo quejar en absoluto de cuando era niña. Además, mi padre propició que ahora me dedique a lo que me dedique, porque soy policía nacional. No es que él lo fuera, porque, de hecho, fue vigilante de seguridad, pero despertó en mí las ganas de ser protectora con la justicia y con la ley.
Sé que suena un poco absurdo, pero así es. Además, soy una persona muy orgullosa y durante toda mi vida no he hecho más que asistir a las burlas de la gente cada vez que les contaba mis planes de futuro. No lo decía, pero yo sé que pensaban algo así como: “Es que eres una mujer”. Quería demostrarles mi valor y, ante todo, demostrármelo a mí misma. Por eso, cuando llegó el momento de sacarse las oposiciones a policía nacional, me lo curré como la que más y saqué prácticamente las mejores notas de entre todos los participantes de ese año.
Además, el temario de policía nacional era muy completo, por lo que puedo enorgullecerme de haber tenido una buena instrucción. Luego, lo que hay que hacer es poner en práctica dicha instrucción, y eso no es difícil, porque los policías nacionales nunca descansamos. A veces es complicado porque te cuestionas la ley o, mejor dicho, las formas que tiene la ley de hacerse cumplir, pero ahí entra tu propia evolución moral como ser humano. Me gusta mi trabajo, eso por descontado, y ahora mismo no me imagino haciendo otra cosa que no sea esto. Creo que mi padre estaría orgulloso.